La estrategia me enseñó que, por definición, es inquieta. Intenta superar el orden establecido para proponer en un nuevo orden, que a su vez, deberá como un imperativo, ser superado. En esa dialéctica, la estrategia mira la oscuridad que ven los ciegos, para no ser ese hombre ciego que ve oscuridad, esquivando de esa manera, el destino que Shakespeare sentenció a los ciegos, el cual el más grande cuentista de ficción de todos los tiempos, rechazó. La estrategia prefiere peregrinar como Buda, por la ciudad multicolor.
Tampoco la estrategia, se adhiere a algún éxito pasado o presente, al querer sentir el aroma eterno del tiempo. Engañar a la muerte con éxito, tal Sísifo, es condenarse a otra muerte, la infinita, entre el cielo de una roca y el infierno de una montaña, que invocan día tras día a la rutina forzada. Zeus así lo sentenció.
En mis primeros años de trabajo, uno de mis jefes me decía, que las ideas que crean y se desprenden de la estrategia, dan a la estructura una realidad de fantasmas riesgosos, quizás, espectros que alientan miedos y certezas que están dentro de una lotería de posibilidades, sin saber cuál de ellas, es cierta o incierta. Por eso ante la duda, todas pueden ser verdaderas o falsas. La estructura, en su reverencia más ilustre, cultiva, ara su tierra, edifica y permanece en ella, la divide en porciones para obtener, intercambiar y consumir alimentos, en un espacio limitado por las relaciones, los deberes y la disposición, en el cual una inmensidad de veces, se vuelve una catedral de fácil acceso, aunque una vez dentro, se olvida la puerta de ingreso. Sus vidrios grabados con imágenes, calados y adornados, sus puertas cerradas, deforman y dificultan la visión clara hacia el exterior, fomentando la visión de las personas, en la belleza gótica, bizantina y barroca, sin renacimiento. Entramos en la catedral, nos asombramos por la belleza de sus detalles inquebrantables y nos quedamos allí, acostumbrándonos a la vejez y a la enfermedad de nuestros sentidos. Al contrario de Siddharta Gautama, preferimos quedarnos en el palacio.
La catedral nos invita a descansar, en una confianza rigurosa que las personas depositan en esa estructura firme y conservadora, sin preocuparse por disponer de la voluntad suficiente para abandonarla. A medida que las personas afianzan y refuerzan su confianza en el sistema, menos interesados están en encontrar alternativas perdidas, de explorar otras perspectivas, de juzgar si esa confianza en la catedral, se ha vuelto un laberinto griego, ese de una única línea recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un detective, nos enseñaba el mismo que sentenciaba que la maestría de Dios, con magnífica ironía, le dio a la vez los libros y la noche.
La peregrinación por la idea perdida como la permanencia de las personas en las catedrales, anuncia u oculta el descubrimiento de un liderazgo organizacional, exista o carezca una creencia real sobre él. Quizás el desafío que más llama la atención, es aceptar que peregrinar en el liderazgo innovador es el desafío constante de seducir y dar coraje a las personas, para que eviten ingresar en las catedrales o en todo caso, salir de ellas. Es por ello que al menos dos ironías sufre y enfrenta el liderazgo. La primera, es saber que las catedrales de igual manera seguirán construyéndose y la segunda, es que aún en el mayor esfuerzo y el más inteligente, será inútil convencer a algunas personas que salgan de ellas. Ni siquiera aprenden o pueden recordar, que hasta Notre-Dame de París, con sus casi nueve siglos, no puedo resistir los embates de aquel que todo lo consume.
Este hecho sobre el liderazgo, tiene que ser aceptado, pero no por ello tiene que ser devaluado. Por el contrario, el liderazgo debe ser estimulado. Sería absurdo pensar que las vicisitudes de la gestión organizacional, podrían desprenderse de la intensidad necesaria de un buen liderazgo. No hay posibilidad de refutar este hecho, ni hay relato histórico que pudiera animarse a contradecirlo. Sí, podemos decir, que la gestión de un buen liderazgo ha sido calumniada innumerables veces, debido a que por sus virtudes, han querido sintetizarla en una suerte de pasos, cuyas pisadas ya están señaladas, su asombro perdido y su piedra filosofal, sin alquimia.
El liderazgo es disciplina, arte, intuición, constancia, rebeldía, y quizás, todas y cada una de ellas juntas, complementarias y opuestas, lo que le daría al liderazgo, más de treinta y tres Budas. Nadie puede saberlo, ni ningún mortal posee todas esas virtudes. Pero, lo que es necesario entender, es que teniendo todas estas virtudes y emociones que las siete mujeres(1) explicaron años atrás, no hay organización que pueda ser creada y sostenida, sin su presencia.
Más allá de sus cualidades, el líder sabe que existen principios que no puede evitar y que de hecho debe provocar, al entrar a un desierto que lo obliga a discernir y experimentar, en superficies engañosas e imperfectas, con escasas compañías que entran y salen y que solo pocas perduran a su lado. El líder entiende que la oportunidad, es un momento de silencio que debe gritarlo en soledad, donde todo puede pasar, si se sabe esperar con impaciencia la nueva realidad. La voz en silencio es la que construye y las acciones que seducen, las que perduran.
El líder conoce también, que las respuestas históricas están activas, presentes, cuyo sentido es devorar las preguntas que no finalizan en ellas, al igual que la paradoja de la serpiente. Al menos, dos nudos diferentes y necesarios deben resolver las preguntas de un líder para perdurar constantes y plenas. El primero, es reconocer que las respuestas separan, no reconcilian, porque al creerse firmes, no son dignas de pensarse ni repensarse, siendo ellas una única razón que, en tantas ocasiones, es adquirida. Por ello, la respuesta no tiene posibilidad de rejuvenecer con otras preguntas, cuando su razón es esculpida en una piedra o, en la imposición forzada a otros, que no se animan a preguntar. Un segundo nudo, está en comprender que las respuestas se vuelven doctrina y solo su defensa, es válida. Así, las respuestas, con el tiempo, se tornan verídicas, incluso siendo falsas. La refutación, en este caso, es una ciencia prohibida, nefasta para los propósitos de una respuesta que quiere como Sherezade, llegar hasta el alba para mantener el interés de su rey y no ser decapitada.
Esa línea recta donde se pierden todos aquellos que observan belleza en su sencillez, es la ambigüedad que los líderes comprenden que tienen que superar. Así se dan cuenta que el tiempo mejor aprovechado, no está en correr rápido por esa línea recta, por ese laberinto griego, que no tiene principio ni fin. Por el contrario, su trabajo está en derribar esos muros laterales que son los que esconden ese laberinto, que nada tiene, nada ostenta, nada presume, que se entrega para ser conquistado porque sabe que las personas, volverán a recomponerlo en otra línea recta, en un karma infinito, que es el Karma de todo líder.
Colaboración de Walter F. Torre de su libro “Búscame” para ADN Busines School